Los secretos de una estación fantasma
De Hubert Kahl, agencia de prensa alemana (dpa), del 6 de enero de 2003
Canfranc / Pirineos (dpa)– El viaje en tren tiene un toque tenebroso. Nubes bajas cubren los picos de los Pirineos. Con dificultad el tren se abre camino por los valles y túneles cuesta arriba. Va a trompicones y casi sin pasajeros sobre las férreas viejas. En la última sección del tramo de Zaragoza a Canfranc, en el norte de España, sólo hay un viajero solitario en el tren, el cual no es un tren verdadero. El regional exprés consiste en una locomotora y nada más.
En la oscuridad la terminal parece fantasmal. La estación gigantesca está iluminada solamente por unas lámparas incandescentes. Por el techo agujereado del andén está goteando la lluvia. Las entradas del edificio están cerradas o cortadas con vallas de tela metálica. Por los cristales rotos se le ofrece al viajero una imagen de abandono: De las ventanillas del vestíbulo de la estación sólo quedan ruinas, los adornos de estuco están rotos. En su época de esplendor la estación del pueblo en la frontera española habría honrado hasta a una ciudad grande. “¡Más grande que el vapor de lujo TITANIC!”, decían los anuncios para atraer los turistas. ¿Cómo puede haber una estación tan grande, un coloso de 600 metros de largo, en un pueblo de 550 habitantes en medio de los Pirineos?
¿Por qué está abandonada hoy?
Al final del siglo XIX España y Francia habían fijado la construcción de una línea ferroviaria por la montaña. Para realizar el proyecto derivaron ríos, levantaron terraplenes y cavaron docenas de túneles. En 1928 acabaron el proyecto. Con himnos y clarines la estación de Canfranc fue inaugurada por el rey de España, Alfonso XIII, y por el presidente de la República Francesa, Gaston Doumergue como estación internacional de la frontera. Pero el edificio modernista suntuoso solamente vivió una época de esplendor breve. Cayó justo en la época negra de la segunda guerra mundial. Entonces desde Canfranc iban trenes de largo recorrido, en estilo del “Exprés de Oriente“, a París, Valencia, Madrid y Lisboa. En los años sesenta la estación sirvió de escenario para varias escenas de la película famosa “Doctor Zivago“. Hoy en día paran al día sólo dos locomotoras de Zaragoza en la estación.
Pero la estación, que se está desmoronando cada vez más, contiene todavía muchos secretos de horror y gloria. Uno de ellos fue descubierto por Jonathan Díaz, conductor de autobús de la línea entre Canfranc y la pequeña ciudad francesa Oloron-Sainte-Marie. En una mañana gris de noviembre, hace dos años, el francés paseaba por las vías de la estación cubiertas por completo de hierba y mata. Le faltaba un rato hasta la salida del autobús. Al pasar por la oficina de aduana abandonada encontró un montón de papeles viejos. “Según todas las apariencias unos filatelistas habían registrado las actas por los sobres con sellos,“ dice el conductor. “Lo que les parecía sin valor lo tiraron al suelo o afuera sobre las vías.“ Díaz se metió un puñado de esos papeles en el bolsillo de su chaqueta, sin pensar más en el hallazgo. En casa leyó los papeles que había encontrado en la oficina de aduana.
Una nota dijo: “Tres toneladas de lingotes de oro.“ De repente se dio cuenta de que su descubrimiento podría ser un asunto explosivo. Es que el conductor – hijo de emigrantes españoles – ya había oído hablar de un rumor que circulaba entre la gente de Canfranc, que una gran cantidad de oro, robado por el régimen alemán de Hitler, hubiera pasado a España y Portugal por venta clandestina. En la misma noche Diaz subió a su coche, fue a Canfranc pasando la frontera y recogió más papeles en bolsas de plástico.
Ese hombre de cuarenta años de edad tenía realmente un pedazo de historia en manos. Los documentos recogidos por él prueban que, entre junio de 1942 y diciembre de 1943, 86,6 toneladas de oro pasaron la frontera por Canfranc.
74,5 toneladas del oro llegaron a Portugal y 12,1 toneladas a España. El régimen nazi había tomado como botín el metal noble de los bancos centrales de los estados europeos. El oro robado por los nazis en su campaña de exterminio contenía también el llamado “oro de los muertos“, el oro fundido de propiedad de judíos europeos; dientes de oro, anillos, cadenas de relojes o monturas de gafas.
El oro llegó a la Península Ibérica por Suiza. Como compensación la Alemania nazi recibió de España y Portugal la mena de wolframio tan importante para la producción de armas.
Con cuidado Díaz saca los documentos del sobre marrón y los reparte sobre la mesa. El papel de pergamino está amarilleado y parcialmente podrido o dañado por ratas e insectos. La aduana había registrado en los documentos todas las mercancías que pasaron la frontera. Los papeles encontrados por Díaz sólo son copias, pero no hay nadie que ponga en duda su autenticidad. Nadie sabe dónde se encuentran los originales.
El descubrimiento fue una sensación. Los papeles de Díaz son un golpe de suerte para los historiadores. Es que antes ningún científico se había enterado de los transportes de oro por Canfranc. En los dictámenes anteriores de los expertos sobre los transportes de oro no se menciona en ninguna parte el nombre del pueblo en los Pirineos. Los papeles prueban que España y Portugal recibieron una cantidad de oro robado más grande de lo sabido.
“El hallazgo debería haber provocado un escándalo,“ opina Díaz con asombro. Al fin y al cabo los papeles demuestran que el dictador Francisco Franco en España y Antonio Oliveira Salazar en Portugal, respecto al comercio de oro, colaboraban más con el régimen nazi de lo supuesto. Pero el hallazgo no produjo ninguna reacción, tampoco en las organizaciones internacionales de judíos. Parece haber un motivo bien fundado por el silencio. Es que por Canfranc no sólo pasaban transportes clandestinos de oro y mina de wolframio. La estación esconde aún otros secretos. Los descubrió Ramón J. Campo. “Canfranc con sus transportes de oro y wolframio no sólo contribuyó a apoyar la maquinación de guerra de los nazis. Además el lugar les salvó la vida a muchos judíos y oponentes de los nazis“, dice Campo.
El redactor del periódoco “Heraldo de Aragón“, en Zaragoza, es un hombre tranquilo que siempre guarda calma. Pero cada vez que se menciona Canfranc, sus ojos están brillando. Desde que conoció a Diaz, el conductor de autobús, se fascina por la estación fantasma. Habló con la gente mayor del pueblo y escribió artículos sobre la vieja estación en serie. Hace poco publicó un libro con el título “El oro de Canfranc“. Su conclusión: La línea ferroviaria por Canfranc les abrió a cientos de judíos y a otras personas perseguidas por el régimen de Hitler la puerta a la libertad.
En España gobernaba en aquel tiempo la dictadura de Franco, cuya actitud hacia los refugiados fue contradictoria. Por un lado el régimen toleraba que los judíos escaparan por España al norte de África o a Lisboa y, desde allí, a América. Es que Franco dependía del petróleo con el que Gran Bretaña y América proveyeron España. Por el otro lado el dictador estaba en deuda con el régimen nazi, porque Hitler lo había apoyado en la Guerra Civil de 1936 a 1939. Para no fastidiar a los nazis, Franco se ocupó de que el flujo de refugiados no aumentara demasiado.
“Entre España y el Congreso Mundial de Judíos debe haber un acuerdo, o algo semejante“, supone el autor del libro. “Como Franco les abrió a bastantes judíos la puerta a la libertad, el Congreso Mundial de Judíos no insiste en la resolución detallada de la cuestión del oro robado.“ Sin ese libro no se hubiera enterado un público tan grande del descubrimiento del conductor de autobús. Campo localizó, por ejemplo, a David Sánchez, que antes trabajaba en el cargadero de la estación, donde fueron trasbordados los cajones de oro. “Si se tratara de oro o de latas de sardinas; a mí entonces eso me importaba un pepino“, se acuerda el anciano de 88 años de edad antes de morir. “En el fondo prefería las sardinas. De vez en cuando teníamos la oportunidad de comer de ellas; un golpe de fortuna para unos hombres muriéndose de hambre.“
Desde 1942 la bandera con la cruz gamada ondeaba sobre la estación. Canfranc se convirtió, según Campo, en un punto neurálgico. El ejército alemán había ocupado el sur de Francia y había avanzado hasta el pueblo en los Pirineos – no obstante que el lugar se encontraba en España, a ocho kilómetros de la frontera de Francia, y que España no estaba implicada en la guerra. Con el pretexto de que la estación estuviera bajo la soberanía no sólo de España sino también bajo la de Francia, las tropas de los nazis invadieron España. Por las calles del pueblo patrullaban policías españoles, soldados españoles y las fuerzas armadas de Alemania.
Así Canfranc llegó a ser un campo de acción de agentes secretos. Uno de ellos, Albert Le Lay, era el jefe de la aduana francesa. El “Rey de Canfranc“, llamado así en lenguaje popular, era el agente de enlace entre los militantes en la resistencia y los aliados. Procuraba informaciones de Francia para los americanos y los británicos por las embajadas de ambos en Madrid, informaciones que los aliados necesitaban para el desembarco en la Normandía. En 1943 la “Gestapo“ (la policía secreta de Alemania) lo descubrió. Pero el “Monsieur Albert“ se salvó en el último momento por una huida aventurada a Argel.
En cuanto se perfiló la derrota de Hitler, cientos de personas de las fuerzas armadas huyeron de los aliados a Canfranc. Tomaron la misma ruta – ¡qué ironía de la historia! – que antes los judíos. “Los alemanes vinieron de Francia a pie por el túnel de tren en grupos de 15 o 20 personas,” se acuerda el testigo de su época, Santiago Marraco. “Los vi avanzar en grupos a empujones. Algunos estaban heridos. No sabían adónde ir y me dieron la impresión de ser fantasmas.
Con la guerra se acabó el apogeo de la estación. Por orden de Franco cerraron la línea ferroviaria para varios años. Es que Franco temaba que partisanos españoles podrían seguir desde Francia. En 1970 el trayecto fue cerrado definitivamente. En el lado francés fallaron los frenos de un tren de carga, y los vagones cayeron en un río junto a un puente. Eso fue un motivo justificado para que los franceses cerraran esa línea deficitaria.
“Por qué no ruedan una película sobre la historia turbulenta de Canfranc?”, se pregunta el alcalde, Victor López. El joven se emplea a fondo para que vuelvan a poner en servicio la comunicación ferroviaria a Francia. “Es una pena ver la estación desmoronarse. Podría servir de estación de ferrocarril, de hotel y de museo a la vez en el futuro.”
El alcalde nos remite a un acuerdo entre París y Madrid en el 2006 para volver a abrir el trayecto. Pero el estado de la línea ferroviaria en el lado francés deja lugar a dudas. Matas y zarzas cubren por completo los carriles y puentes ferroviarios fueron derribados para ampliar la red de carreteras.
Además López le presta ayuda al conductor de autobús, Díaz. Con el descubrimiento de los papeles Díaz halló aprobación en el alcalde, sin embargo también dificultades con la justicia. La compañía ferroviaria española RENFE lo denunció por toma de posesión ilegal de documentos históricos. El alcalde, en cambio, le expidió al conductor un certificado oficial con sello, que dice que los papeles estaban tirados en lso escombros por la compañía ferroviaria y que no se trata de un robo alguno. De momento Díaz se niega a devolver los medios que prueban la existencia del oro robado al Estado español. “España tiene que reconocer que yo he encontrado y salvado los papeles,” dice Díaz. En cuanto me reconozcan oficialmente, les voy a devolver los documentos de inmediato. Como prueba de su buena disposición Díaz le entregó al alcalde del pueblo simbólicamente uno de los documentos.